El punitivismo es una herramienta pedagógica del capital. Es una manera de vivir, de organizar ideas y vincularnos. Provoca desconfianza y señala a lxs otrxs como una posible amenaza. Es un afecto que moldea nuestros modos de vincularnos en una cultura represiva y controladora, basada en modelos de vigilancia.
Es una forma de gestión de los conflictos. Es delegar y confiar en el castigo para no tener que enfrentarnos al encuentro con otrxs. Es partir de la certeza de que no podemos convivir en las diferencias, y que hay existencias que suponen un peligro.
Es una herramienta del derecho penal que habilita el castigo a ciertas corporalidades, ciertas poblaciones y ciertas gestualidades. El punitivismo crea culpabilidad permanente sobre algunas estrategias de supervivencia, y las etiqueta como “delitos”.
Cuando decimos que todx presx es político nos referimos a que es política la decisión de que sean siempre las mismas personas las que pueblan las cárceles.
El punitivismo crea guiones fijos para víctimas y victimarixs. Aísla a quienes forman parte del entramado de un conflicto y no permite colectivizarlo. Correrse de este binarismo es abrir la posibilidad de involucrarnos comunitariamente en los daños que (nos) provocamos y encontrar juntxs posibles acuerdos y reparaciones.
Dejar de confiar en el castigo como la primera respuesta ante los conflictos es una propuesta concreta, ya que son parte de nuestra existencia cotidiana, y muchas veces son también fuente de potencia.
Creemos que un modo de practicar el antipunitivismo es hacer que los conflictos no escalen a puntos irreversibles. Aprender a tramitarlos y a implicarnos de manera comunitaria.
El antipunitivismo es el intento de abolir una cultura que reproduce sistemáticamente las crueldades, las represiones y la organización alrededor del poder que, por otro lado, es detentado siempre por los mismos.